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Reivindicar el Duelo- #duelo#pérdida#psi#psicologia#terapia#saludmentalautogestiva#yaneladuimich#griega

Actualizado: 8 feb 2024

Hace tiempo escuchamos que los psicoanalistas estamos preocupados por la tendencia a patologizar la tristeza. Mas aún, la tristeza resultante de los duelos.

Por otro lado, todos los días navegamos esquivando las propuestas de la psicología positiva que nos arenga a ser felices pase lo que pase, a mirar el vaso medio lleno y hasta que, si nos animamos a la osadía de la felicidad, los expertos podrán enseñarnos a “gestionar nuestras emociones”.

No hay que ser muy astuto, pero si hay que estar bien atento, para entender que se trata del mandato que subyace y da sustancia al capitalismo. La ingenuidad podría confundirnos con las buenas intenciones, y entonces, a nuestro rescate podría asistirnos una pregunta: ¿por qué al discurso capitalista le interesa tanto nuestra felicidad? Le interesa tanto nuestro bienestar que constantemente nos esta diciendo qué comprar para estar mejor, para que nos acepten en un grupo social y ser felices sin excusas. Con claridad vemos que todas las respuestas que nos ofrece nos llevan a consumir. Pero para consumir hay que generar, tenemos que ser productivos constantemente. Es esperable que si estamos decaídos, apáticos, y tristes, no generamos el ingreso necesario para consumir lo suficiente y así hacer feliz al… capitalismo.

De este circuito quedan totalmente excluidos los procesos que nos llevan a una demora, a una pausa. Esos momentos donde no deseamos y nos quedamos detenidos, como en el sentimiento de la tristeza que se presenta, tal vez, para contarnos que, tenemos que empezar un DUELO.

Si la tristeza tiene mala prensa, el duelo, es mas que temido. Su naturaleza de trabajo psíquico demanda un tiempo, un proceso. Ese proceso tiene tiempos lógicos, es de decir que no son los del reloj, que nadie puede saber, ni decirnos cuánto va a durar y muchísimo menos, cómo hacerlo, porque cada duelo será distinto.

Ahora, ¿de qué se trata “reivindicar el duelo”?. Uno de los motivos por los que la palabra duelo nos asusta es porque la asociamos inmediatamente a la muerte, todos, compartimos la idea vaga de que si muere un ser querido “hay que hacer un duelo”, ahora también en las rupturas amorosas empezamos a recomendar: “tenés que empezar el duelo para olvidar”. Esto nos ayuda a ampliar la idea de que el duelo es un trabajo que hay que realizar cuando algo termina, y que para que concluya hace falta mucho más que el hecho de terminar, irse o morir, sino, que en el psiquismo hay que quedarse a trabajar.

La vida termina en la muerte, pero sin embargo, la vida puede definirse como la capacidad de perder. Somos el trabajo que hicimos frente a lo que perdimos. Pero antes de empezar el duelo, hay que estar dispuesto a trabajar para perder: nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras ilusiones y sobre todo, el lugar que encontramos allí.

Comenzar el duelo es ir sacando capas de piel muertas, podemos hacerlo activamente, ayudando a que eso suceda, eso implicará mirar de frente lo que sentimos con lo que estamos perdiendo y eso, nos aterra. También es posible dejar la piel muerta ahí, consciente o inconscientemente, pero si no sacamos esa piel muerta se convertirá en una dureza que evitara que nazca la piel nueva.

Pero, ¿por qué es tan difícil estar tristes? La cultura nos enseña que tenemos que ser felices, por eso, cada vez hay más recetas de felicidad. El problema es que todas excluyen el padecimiento y nuestra oscuridad. Es imposible una vida sin ambivalencias. Cuando nos enseñan a gestionar las emociones, nos están enseñando a rechazar un aspecto que es juzgado como negativo y en lugar de pensar que es constitutivo.

Las sociedades orientales enseñaban a acompañar la muerte, porque todo nace, crece, decrece y muere. Estamos en duelo constantemente, cuando se deja la teta, cuando se deja el pañal, cuando se deja el cuerpo infantil, cuando se pierde a los padres y la identidad de ser infantes, se duela cuando terminamos el colegio, cuando nos vamos de casa y hasta cuando se terminan los proyectos que anhelábamos concluir, como cuando nos recibimos. Entonces estamos exultantes de felicidad, pero añoramos nuestro grupos de amigos, ser estudiantes, y sobre todo, tenemos por delante una nueva construcción que es la de ser profesionales. Muchos demoran esa construcción sosteniéndose como estudiantes “me falta estudiar más para poder ejercer”. Demorando el paso siguiente. La ambivalencia afectiva es parte de la vida. Como la tristeza y la perdida, hacer un duelo nos permite convivir con el recuerdo de lo que concluyó, para no estar atormentados con una sombra que nos acecha, que recae sobre nosotros como sucede en la melancolía. Esa sombra nos detiene en la fantasía y el capricho de sostener lo que no pude ser. Quedarse en esta instancia es permanecer en una sala de espera, en un preámbulo que detiene la vida en la angustia de razones y explicaciones que, solo aumentan la ilusión de que no se término.

Aprender acompañar a otro que duela, es primero, aprender sobre nosotros mismos en la tristeza, en el sufrimiento, quizás por esto nos genera tanta incomodidad, porque nos enfrenta a nuestras propias pérdidas. Hay personas que no quieren saber nada con el dolor, y van por la vida subidos a la oferta del consumo de objetos, de sustancias, de personas, de experiencias. No hay que confundir la depresión con la tristeza. El duelo y la tristeza no se medican, se acompañan con respeto. A veces en silencio, a veces con distancia próximas, con compañías silenciosas. Y abandonando toda pretensión de que tenga un tiempo cómodo, preciso.

Hacer nuestros duelos no obsequia un gran aprendizaje,  que todo no se puede, que en ningun futuro hay garantías, entonces muchas veces hay que duelar lo que no llego ni siquiera a ser, un amor, un proyecto, un deseo profundo. Y es entonces que nos convertimos en los que pasamos por esas pérdidas, nos enfrentamos a la frustración, al capricho, al límite de la vida, y seguimos adelante.


 

 

 

 

 
 
 

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